Magia y nostalgia en la callejoneada de la Plaza de Las Huertas
*Una tarde de risas y aromas ancestrales teje recuerdos y sueños bajo el sol de las Jornadas Villistas
En la plaza de la colonia Las Huertas, la tarde se transformó en un lienzo pintado con los colores de la nostalgia y la alegría, el vivir la tradicional callejoneada.
Las sombras de los árboles danzaban al ritmo del viento, mientras los niños, como pequeños cometas, volaban entre risas y juegos.
Los adultos, en las bancas, tejían conversaciones que parecían hilos de oro, mientras los jóvenes, cual aves al sol, se reunían en grupos, compartiendo sueños y risas.
El aire se impregnó del aroma de la tradición, con el chisporroteo del aceite hirviendo, preludio de unas enchiladas que eran poesía en cada bocado, o tacos de papa que contaban historias en su sencillez.
Las manos sabias moldeaban gorditas de maíz y harina, llenas de guisos que recordaban el calor de los hogares: chicharrón, picadillo, frijoles, sabores que susurraban recuerdos.
La tarde se volvió un mosaico de sonidos, con el eco de la lotería llenando el espacio: «el borracho, el cazo, la bandera, el barril». Cada carta, un trozo de nuestra esencia, de nuestra identidad.
Y en medio de todo, la voz de Reyna Bosquez, como un río que arrastra emociones, resonaba con la música ranchera que hacía vibrar el alma.
Las Jornadas Villistas regalaron a la plaza un latido nuevo, un renacer efímero pero profundo. Un espacio que suele vestir de soledad se vio repleto de vida, de convivencia, de una magia que parecía perdida.
Los niños corrían bajo las sombras, los olores de la comida típica llenaban el aire, y las pláticas se extendían, interminables, como los días de antaño.
Esta callejoneada fue un retorno a los buenos tiempos, un recordatorio de que la felicidad se encuentra en las cosas simples, en la compañía, en la música que nos identifica.
Fue una tarde que quedará grabada en la memoria de quienes la vivieron, un suspiro de melancolía por lo que fue y una esperanza de que, quizás, en Parral, tardes así se repitan más a menudo.
Porque en esos momentos, entre la alegría de los niños y la música que canta nuestras raíces, descubrimos que la verdadera riqueza está en vivir nuestras tradiciones, en mantener viva la llama de lo que somos.
Y así, en la plaza de Las Huertas, se vivió una tarde mágica, un poema hecho vida, un rincón de felicidad en el tiempo.