Platicando con los Muertos: Del olvido a la perpetuidad… el recuerdo de los que ya no están

Dejaron de poseer hasta el aliento, en la estéril tierra yacen sus cuerpos, algunos ya convertidos en polvo.

(Primera parte)

Nuestros muertos, ese recuerdo a la vez fugaz y perpetuo que actualiza la dependencia del hombre con su pasado, a los viejos tiempos que ya experimentó o simplemente quiso vivir; hay en él un barrera material que la humanidad no puede cruzar y tienen que ver con el paso de las horas y de los minutos, de los días y los años, el transcurrir de la vida, de la muerte que no tiene retroceso.

Todo se pretende eternizar en la memoria y olvidarse con el tiempo, pero hay un lugar donde los recuerdos se prolongan más allá del silencio y en la tenue oscuridad que procura la luna, en el panteón de Dolores, por ejemplo, espacio de los muertos donde el rumor es una angustiosa plegaria que reclama la perpetuidad y los nombres inscritos en la piedra prolongan la identidad de los que ya no están.

El escenario hace hablar a los muertos porque están ahí, debajo de la tierra, cautivos del amor y el odio que les privó del pronto olvido, presentes en el espacio de la fe y la creencia, vivos en el corazón y en las vísceras de sus deudos, de quienes supieron su paso por la tierra y volvieron a ella para continuar con el ciclo de la existencia.

¡Existo por que existo! Ese es el trasfondo del ser y su complejo entendimiento, porque gracias al recuerdo los hombres y la mujeres son sin estar, es decir que la trascendencia los llevó más allá de la muerte, descontextualizados en el tiempo y el espacio, a veces juzgados y otras también idolatrados, pero siempre en la memoria.

Nuestros muertos… no se han ido porque el amor, e incluso el odio, los aferró al recuerdo, los atrapó en cajitas de cristal que tarde o temprano se romperán para liberar sus nombres y sus rostros, cautivos de lo que hicieron en la vida; porque entre más pase el tiempo, el olvido hará lo propio ante esa fragilidad, eliminando cada huella por más profunda que sea.

Sabiendo lo anterior, el panteón de Dolores, el más antiguo e importante de Parral, Chihuahua, fue escenario del famoso Platicando con los Muertos, una actividad netamente histórica y cultural, organizada por la asociación civil ValorArte y con el apoyo del Gobierno Municipal, que busca rescatar a personajes ilustres del olvido, incentivar la memoria colectiva a través de la historia y las leyendas, y promover más productos culturales que protejan el patrimonio histórico.

Un recorrido lleno de misterios y para toda la familia, que inicia con la intervención de Juan Rangel de Biezma, descubridor de la mina fundadora del Parral durante la tercera década del siglo XVII, aunque sus restos mortales no están sepultados allí porque el espacio fue habilitado casi 200 años después de su muerte, su figura capitaliza el génesis de lo parralense y su parralensidad, el origen primigenio de lo que en Dolores se conserva, cada hueso y piedra, y hasta el más sepulcral de los silencios.

Una mujer espera con sus hijas el verdadero fin, porque entiende que la consumación de todo no es la muerte, aún vaga con ellos entre las lápidas sin superar las preocupaciones heredadas de la vida, ese apego familiar y la necesidad de estar juntos… fueron y siguen siendo sus hijas, a pesar del tiempo y la descomposición de la carne.

En otra estación, los señores Pedro Torres y Ángela Jurado hablan del majestuoso mausoleo que guarda los restos de su familia, del abolengo de su época, el amor y las finas costumbres; sin embargo, la pomposa construcción contrasta con las demás, haciendo reflexionar al vivo sobre los muertos y lo que se llevan.

Dejaron de poseer hasta el aliento, en la estéril tierra yacen sus cuerpos, algunos ya convertidos en polvo. La única diferencia que prevalece entre los muertos de este panteón es el peso que ya no sienten sobre sí, porque no es lo mismo cargar por décadas o siglos imponentes monumentos que la parca tierra.

El teporocho también es parte de este ambiente donde impera la oscuridad y el color blanco que sobresale en forma de infinitas cruces; personajes de lo popular son protagonistas de difundidas leyendas, cuyo centro en este caso es la pobreza y el consumo del alcohol, ambos fenómenos íntimamente relacionados con el imaginario mexicano de la muerte.

La muerte figurativamente es un concepto al que se relaciona más con la pobreza, la rebeldía, la inexperiencia y con los vicios, porque la riqueza procura “la buena vida”, el orden la conserva, la experiencia permite sobrevivir y adaptarse, y la virtud concede la trascendencia, es decir, vencer el mal, el pecado y por supuesto, la muerte.

Pero la realidad es que a todos les llega el fin, como a Pedro Alvarado y a su familia, a José María Botello, a Josefa Molinar de Torres, al ingeniero Agustín Barbachano y a Eduarda Reséndiz, personajes que participaron en el Parral posterior a las revoluciones del siglo XIX, del orden y el progreso, del épico momento que se conoce como “Porfiriato”.

Continuará…