El chabochi un ser que roba al tarahumar lo mas preciado que tiene, sus creencias
La danza del peyote no solo es un cura para las enfermedades del cuerpo, sino para las del alma
Serie: La danza que armoniza a la comunidad tarahumara con su espíritu y los mantiene en equilibrio con el mundo
4 de 5 partes
Fotografía tomada del libro Los tarahumaras pueblo de estrellas y barrancas del autor Carlos Montemayor
El rarámuri conoce mejor que nadie la sierra, y sostiene que son su raza es quien sostiene al mundo, es por ello que toman una postura responsable en la conservación del universo en que viven, pero además también buscan esa paz espiritual que todo hombre afanoso quiere encontrar, para ellos una forma de conseguirlo es mediante la danza que los cura de todos los males.
Montemayor (1995) en su obra Los tarahumaras pueblo de estrellas y barrancas, también aborda el tema de la danza del peyote y dice que, “el efecto secundario de la planta, de somnolencia y decaimiento, se manifiesta más claramente en los concurrentes que se sientan durante la danza, que en el infatigable oficiante que se mantiene despiertos entregado.
“En efecto su concentración y resistencia física y mental, su “ejercicio” ceremonial, lo unen con una peculiar gama de entidades celestes y terrenas que los cantos y la danza invocan durante la ceremonia. Esta evolución interior imperiosa se corresponde con el ritual y con la vocación del curandero, expresados fundamentalmente a través, por un lado de las concepciones, y por otro lado, por la idea que tiene acerca de los sueños como una manifestación peculiar del alma… A menudo se nos olida que la cultura occidental tiene fuertes paralislismos con una concepción del sueño como actividad sagrada…Resulta por ello paradójico que solo queramos ver en la cultura rarámuri el carácter caprichoso del sueño como el único parámetro posible y reducir a superstición sus sistema de comprensión del alma en el orden curativo y en el orden del ritual”.
“…El concepto de alma rarámuri… define la esencia de la existencia humana en los planos biológico, espiritual y social, así como la forma en que las personas se relacionan con los mundos moral y natural… Los tarahumaras aseguran que el hombre puede separar el alma del cuerpo y hacer que aquella suba de la tierra al cielo, para recibir fuerzas de lo superior y mantener así un equilibrio con lo inferior… Los sueños son la vida cotidiana del alma…sale cuando el cuerpo duerme, por esto en los sueños, dicen los tarahumaras, se revelan los verdaderos deseo del hombre. Aseguran también que por medio de los sueños, el hombre se puede dar cuenta del estado espiritual en que se encuentra. Asimismo algunos de los sueños son considerados como conversaciones directas con Dios, por ello, al hombre que no sueña lo suponen entregando totalmente al mundo de lo material”.
Podemos comprender mediante estas palabras la importancia que tiene para el tarahumar la danza del peyote, ya que cuando se sienten enfermos no solo del cuerpo sino del alma, es la forma en que pueden ser curados realmente, y para ello deben de percibir y experimentar todas y cada una de las secuencias o procesos que se incluyen en el rito, por ejemplo sin el peyote, no pueden vivir la danza como es, y por consiguiente no pueden obtener la curación que necesitan.
El escritor parralense Carlos Montemayor explica, “La medicina moderna, la educación y la religión occidental provocan una respuesta cultural de lento y pesado movimiento, pues desde el cielo hasta la sierra la cultura rarámuri tiene un lenguaje preciso y coherente para entender y conservar el mundo. No son individuos aislados ni comunidades sin consistencia espiritual; conocen mejor la sierra que nosotros y saben cómo sobrevivir en ella mejor y a pesar de nosotros; a través de su espiritualidad se saben comprometidos con la conservación de un mundo visible que desde la cultura occidental es indescifrable. No están enfrentando la embestida mecánica de la modernidad contra el primitivismo, sino la invasión de un orden cultural que exige ver a su Dios, su derecho, su moral, su alimento, su tierra, su memoria, su identidad misma, de otra manera; es la embestida de otra cultura que les pide cancelar en ellos lo que tiene de mayor certidumbre. Nuestra cultura occidental ha identificado los baluartes que deben caer primero para que pueda tomarse la plaza, como son el cambio de sus concepciones acerca de Dios, el debilitamiento de sus creencias acera de la enfermedad y el señalamiento constante de la maldad del tesgüino. Pero a nosotros nos falta aún identificar los rasgos perniciosos que ponen en alerta a los rarámuris y los persuaden para seguir siendo lo que son, para seguirse defendiendo de la tentación de convertirse en otro, de dejar de ser para siempre los que caminan bien en la tierra y en el cielo, como hombres y estrellas”.
Este último extracto revela como de forma permanente en la cultura occidental estamos interesados en despojarlos de sus creencias, su forma de vivir y de “caminar bien” no solo en este mundo sino en el celestial, y como vulgares ladrones pretendemos robarles lo más preciado que tienen, luego de que primero los expulsamos de su tierra, ahora también queremos que su pasado se borre en su generación y sean como queremos, como lo dicta nuestra religión, cuando tenemos que aprender más de ellos, que ellos de nosotros.