El pino de la Plaza de la Identidad: Un retorno a nuestra infancia y a la época navideña
Un recorrido entre luces de astros celestes y árboles navideños
Por: Carlos Franco
Antes, nuestra visión del universo versaba sobre la idea de un espacio estático, era casi como mirar montañas o estatuas imperturbables. En 1929, Edwin Hubble “hizo la singular observación” —según explica Stephen W. Hawking en su libro La teoría del todo— “de que, donde quiera que miremos, las estrellas distantes se están alejando rápidamente de nosotros. En otras palabras, el universo se está expandiendo”.
En un universo en constante cambio, se pone en duda si es posible retornar a un mismo espacio o lugar, de si héroes como Ulises alguna vez volvieron realmente a Ítaca. Al parecer, nunca estamos en un mismo sitio. Sin embargo, en esta navidad, los árboles se han acomodado nuevamente cerca de nuestras chimeneas, sus raíces imaginarias se han arraigado bajo la nieve recreada en algodón o unicel, en el suelo de los mosaicos, cemento o tierra fresca. Hace una semana, en la Plaza de la Identidad, también se encendió un árbol navideño, de cuya luz y dimensiones se ramifican en una geometría sagrada, de aristas diamantinas. Su tronco está en medio de una aldea de casas de juguetes y de habitantes que son peluches.
En navidad nuestra ciudad se convierte en un bosque, pero en cada árbol se recrea esa ilusión de que volvemos al mismo punto de siempre, ya sea de donde parte la Tierra girando alrededor del sol, de la humanidad representando sus mitos y creencias sobre nuestro génesis o, hasta de nuestras esferas, las cuales vuelven a aparecer colgadas entre las ramas de los pinos navideños, recién desempolvadas de los sótanos, closets, bajo las bases de nuestras camas, entre otros lugares.
El director de Desarrollo Económico y Turismo, Héctor Díaz, junto con su hermana, la arquitecta Fernanda Díaz, se encargaron del diseño del árbol navideño que hace poco más de una semana fue encendido en la Plaza de la Identidad. Para ellos, según expresaron, aquel pino nos trasmite la sensación de volver a la infancia: “el tema de la niñez se refleja en la aldea, con las casitas para que los más pequeños pudieran entrar y divertirse. A los niños les llama más la atención y, en el caso de los jóvenes, ahí andan con sus selfis y fotos”.
Cuando la noche cae con sus estrellas titiritando, con luces de astros que no sabemos si todavía existan, caminamos en un pueblo en el cual, la luz no sólo adorna los cielos, sino también los techos y ventanas de los hogares de todas las familias. De la Plaza Juárez hacia la Plaza de la Identidad, nuestro recorrido para conocer el árbol recién inaugurado, hace que el paso que emprendamos no sólo sea el que fijan los pies, sino el de la luz que viaja a puntos tan diversos que, muchos de ellos, los ojos sólo pueden alcanzar a mirarlos con la imaginación. De esa misma luz, que proyecta el árbol recién encendido, esos destellos del pino se vuelven ramas rozando hasta las piedras de la Mina.
Al llegar al árbol de la Plaza de la Identidad, se forma una fila de niños acompañados de sus padres, hermanos, tíos, entre otros familiares. Algunos pequeños caminan con globos inflados con helio, los cuales levitan como esferas navideñas o como planetas atados a un hilo. Otros de los visitantes se acomodan o posan para tomarse fotos entre las casitas de juguetes y personajes de peluche. Al mirar a lo alto, el árbol no tiene una estrella ni esferas, sin embargo, en la parte superior tiene una piña, ésta, según explicó el director de Desarrollo Económico y Turismo, “al ser la semilla del pino se vuelve una representación del génesis”, de ese punto de partida que es posible imaginar en un universo que se expande como lo hace la luz y las ramas de los árboles.
Aquel pino carece de un astro luminoso en su cénit, no obstante, ese vacío nos permite arrastrar con la mirada una estrella del cielo para coronar aquel árbol, o, en cierto ángulo, hacer que la plata u oro que sostiene en un puño la estatua de Juan Rangel de Biezma, sea puesto aquel metal encima del pino con la misma mano del fundador de Parral. Otra posibilidad es imaginar a un niño colocando una estrella en la cima de aquel árbol diamantino desde lo alto de la Mina.
Las ideas de cómo colocar un astro, en un espacio y tiempo relativos, son infinitas y hacen que nuestro punto de retorno se pueda imaginar en un firmamento que se extiende inabarcable sobre nosotros, de un hogar que espera la llegada del Niño Jesús o de un pino adornado con esferas, luces y que culmina con una estrella.