La lucha por el agua: la travesía de Don Blas en la colonia Emiliano Zapata
-Una historia que clama justicia, que busca en cada gota la promesa de un mañana menos árido, menos cruel.
El sol cae sobre la colonia Emiliano Zapata, no con la calidez de un abrazo, sino con el peso de una verdad que aplasta. El aire está seco, y el polvo flota entre las casas como una plaga invisible, recordando a todos que el agua, ese bien que para otros es cotidiano y abundante, aquí es un lujo al que se accede con esfuerzo. Y entre las sombras de esa lucha, camina Don Blas Terrazas.
Él, encorvado por los años y por el peso de los garrafones vacíos que cuelgan de sus manos, cruza la calle con pasos lentos y firmes. Va hacia el depósito de agua segura, al costado del dispensario de salud, su destino habitual dos veces por semana.
Conoce el camino de memoria, como si fuera una extensión de su hogar, ese lugar que comparte con otros cinco integrantes de su familia, donde el agua llega una vez por semana, insuficiente, casi una burla de lo que debería ser un derecho humano.
El agua, para Don Blas, es más que una necesidad. Es una angustia constante, una ecuación imposible de resolver con sus manos envejecidas.
«Seis garrafones a la semana», repite en voz baja, como quien repasa un mantra, o un cálculo que siempre termina en deuda. Seis garrafones que cuestan 25 pesos cada uno, un lujo que su bolsillo no puede sostener, un costo que, día tras día, le roba algo más que dinero: le arrebata la dignidad de poder proveer lo básico.
El depósito es un alivio temporal, pero para Don Blas es también una condena. Cargar esos garrafones de 10 litros hasta su hogar es una tarea que agota el cuerpo y el alma. La fuerza se le escapa de las manos, pero no tiene otra opción.
Él es un sobreviviente de su propia realidad, donde la carencia de agua no es solo una falta material, sino una herida que abre cada día al enfrentarse a la indiferencia de aquellos que deberían garantizar lo mínimo: agua para vivir.
Mientras Don Blas llena los garrafones, su mirada se pierde en el horizonte. Sabe que al regresar a su casa, la rutina será la misma: repartir el agua entre el baño, la limpieza, la cocina.
Racionar, como si el líquido fuera oro, como si el tiempo que invierte en cada viaje al depósito fuera el último acto de un hombre que se enfrenta a una vida de carencias.
«Es una necesidad que la JMAS regularice el suministro», murmura. Lo dice con la calma de quien ha aprendido a no gritar, porque sabe que aquí las voces fuertes se pierden en el viento.
Él no quiere privilegios, solo lo que es justo. Solo agua, para no tener que hacer el trayecto del cansancio y la sed.
Así es la vida en la colonia Emiliano Zapata. Aquí, donde el agua es más que vital, es una batalla diaria.
Aquí, donde los hombres y mujeres como Don Blas se levantan temprano, con los garrafones vacíos en las manos, y regresan tarde, con el peso del agua y la vida sobre sus hombros. Aquí, donde el lujo de beber sin miedo es una esperanza que se ahoga en la injusticia.
Don Blas seguirá caminando, porque no tiene otra opción. Y su historia, la historia de su sed, de su lucha, es la historia de muchos.
Una historia que clama justicia, que busca en cada gota la promesa de un mañana menos árido, menos cruel.
Así transcurre la vida, en la colonia Emiliano Zapata, donde cada gota de agua es una victoria silenciosa en medio de la indiferencia.