Platicando con los Muertos: Aquí no todo es silencio, también es rumor y voces de ultratumba

¿Sabrán acaso que su carne se incorporó a la tierra y que de sus huesos sólo queda el polvo?

(Segunda parte)

El panteón de Dolores se estableció durante la segunda mitad de la centuria decimonónica, por ello es que gran parte de su patrimonio histórico, de carácter inmueble como los grandes monumentos dedicados a la muerte, pertenece a esta época. El camposanto también nos habla de una intensa dinámica cultural por la presencia de sepulturas que indican el entierro de extranjeros.

Aquí descansan europeos, judíos y árabes, pero también personas de origen chino. Este último grupo poblacional el más invisibilizado de todos, ¿quiénes fueron estos hombres y mujeres que huyeron de las guerras del opio, expulsados del Sueño Americano y recibidos por el héroe de la Batalla del 2 de abril, Porfirio Díaz?

Fueron lo que hoy indican sus sepulturas, grafías incomprendidas, caracteres desconocidos, cristianos conversos a causa de la necesidad de que una nueva patria los adoptara, pero que en la práctica los erradicó. Dolores resguarda el pesar de estar lejos de su tierra, enmudecidos como todos los demás y bajo la cruz de un redentor que quizá nunca comprendieron.

Se representa también a Manuel “Meme” Márquez cuya muerte detuvo su don por el pincel y la pintura, dejando afortunadamente para los parralenses la heráldica de su origen, símbolo de su identidad y arraigo que reza desde entonces el mantra siguiente: “Sobre todo la fe”.

La fe es un concepto central para los que visitan a los muertos porque esperan un día volver a contemplarlos, también es el elemento que llevó al cementerio la aparición de una monja, que entre las lápidas se asoma con ese rumor contemplativo. Las infinitas cruces son su contexto, orando al Dios de la vida y de la muerte pide por su alma, porque así se la encomendó cuando decidió consagrar sus acciones al Sumo Bien.

Y contrario a ello, ofrece al espectador una paradójica visión debido a que los “buenos” también parten de la vida y vagan por el limbo sin descanso eterno.

Otros extranjeros que lamentan su estancia en Dolores son los militares franceses que murieron en la batalla del 8 de agosto de 1865, derrotados por la República. Oscar Pyot reniega de su fracaso, obstinado a permanecer ante las llamas de un fuego que purifica, sin ver la luz, cegado por el odio y el desconocimiento de su causa. Perdido, así como el sepulcro de los 16 soldados que vieron la muerte en el Parral, ese derrotero permanente de almas atrapadas en el silencio y la oscuridad del dolor, de la pena, de la tierra miserable un día que cubrió sus impecables uniformes, el honor que tanto presumían.

Cercano a ellos está un monumento sepulcral de color rojo y de cantera, labrado para que en su interior circulara el viento, para que ocupara el espacio del vacío y emitiera el característico lamento de la noche, un chiflido que anuncia la llegada de los espíritus porque en el lugar de los muertos no todo es silencio, también es rumor y voces de ultratumba.

Sobre el camino interior se atraviesan dos niñas que discuten, una era de mejor condición económica que la otra y su diálogo precisamente resalta las diferencias de la vida, las cuales son superadas en la muerte. Ambas se acompañan entre las tumbas, corren por los lúgubres rincones del panteón sin temor alguno.

Enseguida a ellas, en el sitio que se les pierde de vista, están los hombres de la División del Norte que murieron sorprendidos por los Carrancistas, dormían una noche de la que jamás despertaron, masacrados en el mesón del Águila. Siguen esperando órdenes de su General, en un campamento improvisado por la muerte que les exige lealtad. ¿Sabrán acaso que su carne se incorporó a la tierra y que de sus huesos sólo queda el polvo?

¿Sabrán que la Revolución no ha terminado a pesar de que sus vidas fueron entregadas en imperioso holocausto?

Quizá no, pero la que sí supo de muerte y un sistemático olvido fue Aurora Reyes, la primera mujer muralista en México oriunda de este Parral, que ni los difuntos ni los vivos conocen a cabalidad su trascendental obra. Negada como muchas otras célebres almas cuya huella en la cultura y en el arte jamás será borrada, persistiendo per saecula saeculorum.

¿Por los siglos de los siglos? Esta es una idea que no aplica para quienes existieron bajo la dualidad del cuerpo y el alma, porque en algún momento ambos tienen que separarse no necesariamente para que uno de los dos trascienda, dejando por ende de ser lo que algún día fueron. En el fenómeno de la aparición los cuerpos continúan bajo tierra y las almas permanecen en el espacio de los vivos.

Continuará…