Platicando con los Muertos: Cuerpos excluidos y olvidados… reflejos de la indignación
El alma de los pobres forma parte de una masa ya corrupta, extinta materialmente, que forma un sólo lamento de agonías incomprendidas.
(Tercera parte)
(Tercera parte)
En Dolores no todos los cuerpos reposan debajo de monumentales columnas labradas en cantera o mármol. Un número indeterminado de ellos, que ampliamente son la mayoría, descansan en la profundidad del camposanto cubiertos sólo por la descolorida tierra. Sepulcros de levedad, los más numerosos y olvidados, los que el viento arranca y dispersa por doquier, un rastro que tiende a borrarse, a desaparecer.
Restos de humildad, como fueron en la vida, aquí también descansan los desposeídos cuyo nombre quizá tampoco trascendió en el recuerdo, que fueron penas efímeras aunque igual de dolorosas que las demás. De ellos está repleta la morada de los muertos, vagando sus almas en completo silencio, no sabiendo quiénes fueron ni hacia dónde tienen que dirigirse. El alma de los pobres forma parte de una masa ya corrupta, extinta materialmente, que forma un sólo lamento de agonías incomprendidas.
Hombres y mujeres, niños y adultos, personas de otro tiempo que la tierra absorbió luego de aquella noche trágica en la que se apagó la última de las velas, fuego que iluminó el rostro de sus deudos, extinguiéndose en el vaivén de una llama que no dejó de bailar, de brillar como una momentánea plegaria al Dios que murió en la cruz para luego resucitar como la más grande esperanza.
¿Qué sucede cuando el olvido se consuma?
Las flores se marchitan, el hierro se oxida, la madera se apolilla, la piedra se fractura, los huesos se vuelven polvo… Se muere verdaderamente en consecuencia del tiempo, dejándose de ser lo que un día se fue, siendo ya parte del genérico sistema que comprende todo el universo, la creación, simple materia en perene transformación, sin identidad alguna.
Esta es la realidad de muchos que en Dolores abrazaron el descanso, de muchos montículos de tierra que aún emergen del subsuelo, el único indicio de que ahí están o estuvieron los cuerpos de nuestros muertos. Pobres y olvidados también son parte de este recorrido, en una estación donde la memoria los evoca a todos sin darles un nombre, únicamente representados por el amor y el excesivo dolor que significa la pérdida.
A pesar de que el monumento dedicado a Canuto Estavillo colapsó, su recuerdo permanece vigente gracias al protagonismo de su vida en el convulso siglo XIX. Aún se le nombra al igual que a su hermano Luis. Son parte del “inventario” de próceres del cementerio civil más antiguo de Parral, cuyo terreno fue donado por la familia Borja.
Los Borja fueron de abolengo, prueba de ello son las imponentes columnas que todavía en la actualidad coronan su sepulcro… tan alta como aquella cruz de cantera roja, la que más se acerca al cielo empíreo y le recuerda a todo el que cree que la vida es un sacrificio que se consuma con la muerte, y que a pesar de ello, visible es el anhelo de regresar.
Pero el descanso eterno tampoco es exclusivo de quienes podía construir para sí sublimes homenajes, también es de los marginados y de los incomprendidos, de las vidas escandalosamente diferentes. Platicando con los Muertos representa de igual manera y en contraste a las demás, a la mujer libertina de su sexualidad, cautivadora y de esencia trivial, de naturaleza pecaminosa.
Recuerda a los vivos una parte de la realidad que desde tiempos remotos se invisibiliza, el “pecado encarnado” en la “figura más pura de la creación”, la prostituta cuyo lenguaje sigue siendo provocador para las débiles almas que se ven cegadas por sus encantos. Quizá Kitty Hines o la “China” Octaviana, entre otras proxenetas, jamás se imaginaron que el pueblo de Parral las recordaría como las principales promotoras del oficio “más antiguo” a principios de siglo XX.
Así como la muerte a veces es misteriosa, también lo fue el destino de estas mujeres que entregaron su vida al dinero de otros hombres, desconociendo si el móvil inicial fuera el amor o la necesidad. Esas almas que en otro tiempo fueron excluidas, hoy se incorporan a la mística del recuerdo, en el mismo lugar donde se depositaron los restos de los más puros, de aquellos que consagraron su vida a la moral y a las buenas costumbres.
A todos estos cuerpos corruptibles los acompaña el silencio, la muda y tenuemente iluminada noche, el suave viento, la brisa matinal y los eminentes ángeles…
Estos últimos esculpidos en sus infinitas facetas aunque todos ellos custodios de los restos y del amor que puede ser profanado. Sus rostros le impregnan a Dolores un ambiente que se estima más allá de lo religioso, la gran mayoría tristes. Pero en ese lugar existe uno completamente diferente, uno que manifiesta enojo, enfado e incluso indignación.
La muerte produce tristeza, sí; empero, una serie de sentimientos muy variados se apoderan de la persona en la experiencia del dolor, una locura o disparate, no sólo el llanto, también el grito muchas veces desolador, la rabia y la impotencia, el saberse finitos es violento, cruel para el hombre y la mujer que se entendían eternos.
Esto mismo, lo refleja el ángel cuyas alas no pueden despegar el vuelo y permanecen aprisionadas en la figura de roca, atrapado con los cuerpos y las almas que no pueden irse todavía, que vagan entre la tierra y rumor del viento; indignado porque aún no se cumple la promesa de la resurrección; molesto porque la vida tiene un fin y la muerte aparentemente carece de retorno… Querubín de ojos cansados y labios apretados, ojalá que la irá no lacere tu relación con el Amor que mueve el sol y las demás estrellas, porque… ¿Cuánto tiempo tendrás que esperar todavía?
Continuará…