Ruinas de fe: Santo Tomás, un templo atrapado en el abandono
-Lo que fue una vez cuna de plegarias y refugio de almas, hoy yace envuelto en desdén
El viejo templo de Santo Tomás, antaño majestuoso, ahora se erige entre maleza y sombras, sus paredes rotas, su alma herida.
Lo que fue una vez cuna de plegarias y refugio de almas, hoy yace envuelto en desdén, abandonado a su suerte como un anciano olvidado por su descendencia.
Caminando por su derredor, las grietas en los muros parecen cicatrices abiertas, como las marcas en el rostro de un viejo testigo de tiempos gloriosos.
El sonido del viento silba entre las fisuras, y allí, en el eco de cada golpe, resuena la voz de una historia sofocada, tragada por la indiferencia.
Las ventanas y puertas, que una vez fueron selladas para evitar el ingreso de los olvidados de la sociedad, han sido violentamente abiertas, como si la memoria misma del templo quisiera escapar de su cárcel de ladrillos.
Los bloques derrumbados yacen en el suelo, escombros entre escombros, mientras que el interior, donde antes resonaban cánticos, ahora guarda botellas vacías, bolsas arrugadas y grafitis que parecen gritos desesperados por existir.
Hay un olor acre, que penetra y ahoga, como si el tiempo y el abandono se hubieran confabulado para pudrir los restos de lo que una vez fue sagrado.
En el rincón, entre las sombras que la luz del mediodía no alcanza a disipar, hay ropa vieja, como un testigo mudo de que alguien, quizás alguien tan marginado como el mismo templo, ha hecho de este lugar su morada temporal.
Pero Santo Tomás, aun en su desdicha, se mantiene en pie, su estructura resiste, aunque con una tristeza profunda, como un guerrero derrotado que aún se rehúsa a caer.
Las paredes, húmedas, están cuarteadas por la humedad, y las fisuras se asemejan a las arrugas de un anciano que ha visto demasiado.
Esas paredes que un día fueron testigos del fervor religioso, hoy son nada más que ruinas silenciosas que suplican por un rescate que parece no llegar.
El esplendor de aquel templo, inquebrantable en su fe, ha sido reducido a tapias. Es necesario salvarlo, devolverle su dignidad antes de que el olvido lo trague por completo.
No solo por lo que representa como edificio, sino porque, en cada uno de sus ladrillos, en cada rincón invadido por la maleza, yace un fragmento de la historia de Parral.
El tiempo es implacable, pero también es posible enfrentarlo. El templo de Santo Tomás merece ser recordado, restaurado y revivido.
No se debe de permitir que su caída sea el reflejo de nuestro propio abandono. Tiene que ser rescatado, antes de que lo único que quede de él sea el silencio y las cenizas del tiempo perdido.