Comentarios a “Un papá de trapo” de Lucero de Santiago

Foto: Abraham Quiñónez Acosta.

— Una experiencia de lectura conmovedora.

Por: Dra. Heidi Rivas, catedrática de la Facultad de Filosofía y Letras de la UACH.

Anoche leí con mis hijos “Un papá de trapo” el libro es breve, con un lenguaje sencillo. El narrador es omnipresente e introduce, aparentemente a distancia, lo que ocurre entre su personaje principal “Pedro” y su mundo circundante. A pesar de su brevedad, el libro pesa en cada página, hay líneas en que el estómago se encoje, el corazón palpita lentamente y la garganta se cierra, sabemos lo que viene, la agitación hasta el llanto, aunque no tiene que ocurrir así, habrá quienes solo se sienten tristes o pensativos, lo cierto es que “un papá de trapo” conmueve profundamente.

El cuento está lleno de imaginación, situaciones e ideas que causan risa por el ingenio infantil. Precisamente por esta característica cabe preguntarse por qué el cuento puede conmover hasta las lágrimas. Aquí es donde ensayo mi aproximación profundamente personal.

Vivimos en una sociedad que no asume como misión ética el cuidado de los otros, tanto en el terreno familiar, comunal o estatal todos arrastramos heridas del descuido. A primer vistazo la historia habla del padre ausente y el deseo profundo de un niño por llenar ese hueco, pero ¿qué significa estar ausente? Si bien en una sociedad patriarcal hemos normalizado los hogares homoparentales, es decir, asumimos cada vez más familias en donde la figura paterna no habita con ellos o simplemente no existe, esto no era la norma veinte o treinta años atrás, el aumento de la participación de las mujeres en los espacios laborales contribuyó ampliamente en la emancipación de las familias de la figura del padre que vive con ellos pero está también ausente. Por ello más bien deseo proponer una lectura del cuento desde la idea del cuidado y no de la ausencia.  “Un papá de trapo” me hace pensar en la figura del descuido, pero también en el desvalido, el necesitado, pues un padre ausente puede ser una persona que atraviesa depresión, enfermedad, alcoholismo, y en cierta manera son de trapo también; en contraposición está la figura de Pedro, el cuidador por excelencia, ¿acaso no rompe el corazón imaginar a un pequeño cobijando al padre, cargando consigo una almohada o eligiendo una corbata alegre?   

Pero el descuido de las figuras de los progenitores es solo uno de los aspectos a considerar, la escuela, las y los niños con los que convive, las y los profesores que lo ven, la cultura que alecciona sobre lo deseable de la familia y el comportamiento que deben tener el papá de trapo, y la intención de Pedro para que todos vean a su padre como lo ve él, como “un buen padre, como un gran ciudadano” ofrecen una gran lección acerca de la poca empatía y el poco cuidado que tenemos sobre nuestros semejantes, estamos ante la figura de un niño que crece y cuida de sus amores. Así el cuento conmueve porque, aunque no se trata de uno directamente, aunque tú misma no hayas tenido un padre ausente, todos hemos conocido o llenado nuestra vida con personas de trapo, personas que duelen, personas que amamos y que siempre estamos remendando.  

El valor de “un papá de trapo” es que nos arroja a una empatía en doble sentido, uno capaz de condolerse por Pedro y su papá, pero también por uno mismo, te interioriza y te hace preguntarte: cuántos remiendos he necesitado para cuidar de otros, ¿qué tanto me he remendando a mi misma para que mi historia tenga sentido? ¿cuántas figuras de trapo hemos hilvanado nosotras mismas para sustituir a los ausentes?

Cuando terminamos de leer el texto, Alejo, mi hijo menor, dijo que la historia era triste, preguntó por el cereal y por la mamá, no fue extraño eso último, Alejo no tiene, creo yo, una mamá de trapo. Seguro, Lucas lo asumió de otro modo. Le he dado vueltas a la idea y a partir de ella me cuestiono y a todo esto ¿Quién narra? Espero que sea alguien que está cuidando de él.