Contaminación de Duraplay, ¿Beneficio o perjuicio para la ciudadanía?
– Un recorrido entre el humo, el agua y la memoria
– Entre la disyuntiva del empleo o las afectaciones a la salud y el medio ambiente
Por: Carlos Franco
Por: Carlos Franco
Nos acercamos a las señales de humo, en sus formas es posible leer algo. Desde una de las chimeneas de Duraplay se levanta aquel vapor como si una enorme boca empañara los cielos. Uno que otro transeúnte voltea hacia arriba como si intentara adivinar que hay detrás de esas cortinas grisáceas, casi como nubes. Otros voltean abajo, hacia la Vialidad del Río, donde se amontona la hierba amarrilla en el caudal arrugado y seco como una costra. Cerca de ese punto, pasan camiones con troncos acostados, que fueron árboles erguidos en otra vida; trabajadores que hacen de aquella fábrica su segundo hogar hasta que el sol cae (quizá, unos por gusto y otros porque no les queda de otra).
Atravesamos el otro lado del río seco. El humo se disipa, se expande cayendo en picadas desde el cielo caliente. En ese humo retornamos al fuego y, entre aquellas llamas, al pasado: Hace cuatro años, ya había recorrido estas calles del Barrio España. Estaba redactando un reportaje que se publicaría en uno de los periódicos locales más conocidos de la ciudad, trataba sobre una plasta hedionda y chocolatosa que invadía el arroyo Aranjuez y parte del río. Los vecinos de aquella zona ya habían expresado diversas quejas en la radio. Una de las familias, que vivían cerca de ahí, estaban molestos, porque habían visto que ese residuo ya estaba afectando el agua de los ríos y las norias. Según los pobladores de ese lugar, esos deshechos provenían de la reciente planta de Duraplay, la cual, en aquel entonces, había sido inaugurada un año atrás, en octubre de 2017.
En este supuesto nuevo recorrido, “supuesto” porque no ha cambiado mucho la situación desde mi última visita, volví a mirar la calle Santa Bárbara y, como en aquella ocasión, me reencuentro con transportes de carga saliendo o entrando a la empresa de ramo forestal, luego, pasa un joven en bicicleta sorteando el mismo camino accidentado.
Mientras tomaba algunas fotos a ese tramo agrietado, apuñalado por el tiempo y el peso de coches y enormes vehículos de carga, uno de los pobladores me señala un letrero: “Mira, ¿qué dice ahí?… ¿No crees que son chingaderas?”; leo el letrero que me había indicado: “No camiones”, dice con letras grandes y oscuras.
Los camiones, que transitan por ahí, son conducidos por choferes, ellos son parte de los empleos que genera la empresa, tanto de forma directa como indirecta. Cuando la nueva planta de Duraplay abrió sus puertas, estuvo el exgobernador, Javier Corral, según información de Gobierno del Estado, esta empresa generaría, gracias a su nueva infraestructura, “100 empleos directos y mil empleos indirectos”. Incluso, el año pasado, esta industria forestal abrió espacio para 40 vacantes, según una nota del Sol de Parral. En ese mismo medio se informó que Duraplay “está reconocida como industria de actividad esencial según el acuerdo 049/2020 del Periódico Oficial de Chihuahua ayudando a preservar la labor de 500 empleados”.
“Se les agradece el trabajo, pero… aquí hay mucha gente fregada”, me cuenta un miembro de la familia García, quien vive cerca del arroyo Aranjuez, refiriéndose tanto a la situación económica como a la salud de los habitantes de ese lugar, ya que varios de ellos padecen de terribles alergias. Los ojos hinchados, la nariz con los bordes colorados, como cascadas intermitentes de mucosidad, son las corporalidades que luchan por adaptarse diariamente al humo o vapor y al aserrín que empolva ropa y autos.
Regresó al arroyo Aranjuez, el sol cala junto con el áspero aserrín hasta en las piedras y hojas de los árboles. En una de las casas hay un durazno, sus hojas se han encogido tanto que se marchitan sin esperanza de volver a sus ramas.
Así, como el humo o vapor cubre el cielo, lo hace el aserrín sobre la tela de la ropa y metal de los autos o aquella especie de cáscara café que flotaba en el caudal del arroyo y el río, aunque, según contaron los vecinos del Barrio España, ya no se ha vuelto a ver esa plasta chocolatosa desde hace meses, sin embargo, dejó arruinadas las norias en donde iban a beber agua aquellas familias. “Había una con el agua, haga de cuenta, cristalina. Como que se llenaron de diésel, quedaron como prietas, como si le echaras aceite”.
Si bien, Duraplay ha generado cientos de empleos para la comunidad parralense, también, según los vecinos de ese Barrio, ha sido responsable de afectaciones en la salud de la gente que ahí reside y de la contaminación de la zona. Desde este sentido, la ciudad se encuentra entre esta disyuntiva económica y de salud pública y medioambiental.
Antes de concluir esta visita, subí por una escalera hecha de tabicas de llantas, a lo lejos se escuchan los ladridos de los perros, también algunos gallos cantan a un sol que está más cerca de su hora de descenso que en los levantes de la aurora. Me encuentro a un adulto mayor en el tejado de su casa, le preguntó algunas cuestiones sobre la problemática de aquella empresa maderera con los habitantes de esa área. Al final, me platica sobre su infancia: “yo aquí me crie toda la vida”, me confiesa, mientras recuerda como el agua caía limpia sobre el arroyo y el río. El pasado se vuelve un filtro para purificar el agua, la vida. Entonces, aquel hombre me continúa contando cómo los niños se mojaban en aquellos caudales frescos y cristalinos, cómo tomaban entre sus manos aquel líquido donde sus rostros se reflejan de nuevo, más jóvenes.