Crónica de un instante: Los libros olvidados bajo la lluvia y un arcoíris

Entre las letras y la lluvia: una imagen poética hecha por el azar

Por Carlos Franco

Durante la tarde de hoy caminaba cerca del río. Pasé por un paraje donde se levanta un planeta metálico sobre una fuente seca, en un suelo arrugado por decenas de manos de niños, huellas que, si alguna vez se han encontrado con el brazo que las moldeó, han sentido una palma que ya no encaja con la figura que alguna vez fue y que ya no volverá a ser, como si las piezas de un rompecabezas se volvieran ajenas a su propio vacío o como anhelar en una foto vieja un espejo. Pero sólo en estas experiencias vemos que el tiempo ha pasado irremediablemente sobre nosotros, que una imagen, por muy bella que sea, no resiste eternamente en la mirada de quien la contempla o a la memoria que se aferra a ella.

A unos cuantos pasos de ese punto, mis ojos tropezaron con una imagen sencilla pero muy poética: Eran unos libros (des)colocados sobre un peldaño de piedras, algunos abiertos y otros cerrados, mojándose bajo la lluvia y un arcoíris. Pensé si alguna vez un poeta había imaginado estos elementos escritos en algún verso. Sé que García Lorca tiene un poema dedicado a la lluvia la cual, según el poeta, “hace vibrar el alma dormida del paisaje” y parece que en ese suave sonido de las gotas que caen con ligereza en las hojas de árboles y libros, en la tierra, en las rocas, son como dedos al piano que hacen vibrar un paisaje sonoro.

Esos libros fueron acomodados ahí sin la intención de formar una imagen tan poética, ellos no escogieron el destino de la lluvia sobre sus palabras o el arcoíris sobre sus páginas; fue el azar quien colocó a las letras sobre aquella grada empedrada. Probablemente aquellos libros salieron de la librería de usados que está en esa plaza. El hombre los debió acomodar sin contemplar un orden y un paisaje ideal que buscamos en una fotografía o postal. Aquellos libros estaban ahí abandonados, olvidados por sus lectores (si es que alguna vez lo tuvieron), luego llegó sobre ellos un arcoíris, la lluvia y un poema no escrito.

Mientras observo aquellos libros abiertos y cerrados por tapas gruesas y delgadas, tomo algunas fotos, para que esa imagen no se escape, porque quizá mañana no estará la lluvia que los moja ni el arcoíris que se levanta en ese cielo, probablemente ni siquiera quedarán los libros (des)acomodados en ese lugar y ni las personas que los miraron aquella tarde. Serán como el diluvio que se escribe gota a gota sobre sus páginas, que borran un mundo bajo un inmenso océano. Son aquel Diluvio que ya no distingo de la imagen que miro y las letras que he leído en una vieja Biblia o en las tablillas de una antigua epopeya, la del Gilgamesh.

Abandono lo libros. Sobre sus páginas ahora cae la noche con sus estrellas ocultas en un cielo nublado y con su luna desvanecida, quizá, mañana despierten aquellas letras arrugadas al alba, al sol que secará aquellas palabras mojadas y escribirá sobre ellas el desierto, el éxodo de una imagen que no retornará jamás a nosotros.