De la caja de Pandora al caldo de murciélago: Una crónica pandémica de los últimos días de enero

Al igual que en la caja de Pandora la esperanza es lo que nos queda tras aquel “caldo de cultivo”

POR CARLOS FRANCO

Hace más de dos años, la humanidad abrió por segunda vez la tinaja o caja de Pandora, según se rumora en distintos medios de comunicación, este objeto regresó transformado en una olla en la cual se cocinaba un caldo de murciélago. Y, al igual que en el mito de Hesíodo, lo que quedó en aquella cazuela, fue la esperanza.

Estamos a menos de una semana de que culminé enero. Este mes representa un punto de arranque para nuestros proyectos individuales, familiares y sociales, los cuales se plantearon tras haber hecho una pausa para reflexionar sobre la complejidad de nuestra vida a lo largo del último año, en las vísperas y fiestas de diciembre. Ahora, estas elucubraciones y metas propuestas están atravesadas por la pandemia, de un virus que navegó por mar, cielo y tierra a nuestro país hace casi dos años.

Durante un breve paseo hacia la Plaza Principal las calles que hace un mes se ramificaban con la sonoridad de los coches, la música de estruendosas bocinas, las voces que se empalmaban con los cubrebocas en las pláticas o que brotaban con plena libertad de los labios y dientes, ahora habían desaparecido. Aquellas filas que eran para las compras terminaron convirtiéndose en las largas hileras que ahora se forman para las pruebas de COVID, el cual se volvió a manifestar de manera aún más contagiosa con su variante Ómicron.

La noche comienza a abrirse en la ciudad con un cielo más oscuro y con el frío que logra arrebatarle al sol sus espacios. El metal de los postes, coches, bancas, el pavimento del suelo se vuelven helados; mientras que en las manos, pies, orejas y narices la sangre empieza a correr más fría. Sin embargo, el calor no desaparece del todo, en un carrito de elotes se eleva el vapor, como una señal de humo, mientras el vendedor prepara el esquite o el vaso a una fila de dos o tres personas.

En la Plaza, la cual ha estado mucho más vacía que otros días, también se encuentran tres jóvenes, quienes arrojan en el aire un objeto —al parecer es una moneda o una pelota muy pequeña—. Algunos logran atraparlo con sus gorras y en otras ocasiones la gravedad reclama lo lanzado para que regrese al suelo. Además, en ese mismo espacio, se mira a una mujer pasear con su mascota, la cual marca su territorio, el cual ahora tiene menos humanos que en otras tardes y noches.

El Centro tiene un ritmo distinto ahora, pareciera que en estos días se prolongara una larga pausa, y que se manifiesta entre las aceras y calles más silenciosas. No obstante, la ciudadanía de nuevo está retomando sus actividades poco a poco, en una nueva normalidad o en esta endemia que se está definiendo.

Cuando Epimeteo acepta aquel obsequio de Pandora se desatan todos los males que la humanidad ha padecido a lo largo de su historia, como el duro trabajo, la vejez, la muerte, las enfermedades entre otras desgracias. Al igual que el supuesto caldo de murciélago del cual se originó el contagio masivo por COVID-19, lo que queda de esa olla es la esperanza, es decir, la posibilidad de seguir emprendiendo nuevos proyectos pero en los cuales se debe replantear un modo de vida distinta a la que teníamos antes de este virus, en la cual sea necesario ponderar las necesidad sociales por encima de las individuales, una religación del ser humano con el medio ambiente, hábitos para vivir más sanos, reclamar a nuestros gobiernos un sistema con mejores servicios de salud y bienestar, entre muchos temas que faltarían por mencionar en este texto.